
Un experto nutricionista y un hábil cocinero pueden dar cuenta de la inmensa cantidad de alimentos que pueden incluirse en una dieta considerada sana, y lo placentero que puede resultar llevarla a cabo cuando la idea del placer viene asociada tanto con el paladar como con el resto de los sentidos, como el olfato, el tacto y la vista.
El gran error de nuestra cultura esta en la necesaria asociación entre placer y exceso en cuestiones relacionadas a los sentidos.
Cuanto más estimulación de sensaciones reciben nuestros cinco sentidos, más y más novedad y acumulación de estímulos se necesita para producir placer. Y esto funciona tanto para los placeres visuales como auditivos o del gusto.
Creer que en cuestiones de alimentación, salud y placer van reñidos, es un gran error que puede llevarnos a importantes alteraciones en muchos campos de la salud. El placer en la alimentación no necesariamente está relacionado a grandes comilonas y rebuscadas preparaciones. Tampoco una dieta saludable se define por estrictas prohibiciones y aburridas ingestas.
Trabajar sobre la definición de lo que nuestro paladar considera gustoso es modificar una imposición cultural que muchas veces no nos beneficia. Así lo han entendido quienes, en situaciones críticas de salud, se han visto obligados repentinamente a aprender nuevamente a saborear y a encontrarle el gusto a otros alimentos.
Los criterios acerca de lo que es sabroso cambian en las distintas culturas y regiones del mundo, lo cual demuestra que se trata es de una cuestión de hábito.
Modificar estos hábitos en nuestra alimentación, aprendiendo a elegir lo que es sano y a la vez placentero, puede prevenir muchas patologías como el colesterol, la ateroesclerosis, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, obesidad, etc.
El gran error de nuestra cultura esta en la necesaria asociación entre placer y exceso en cuestiones relacionadas a los sentidos.
Cuanto más estimulación de sensaciones reciben nuestros cinco sentidos, más y más novedad y acumulación de estímulos se necesita para producir placer. Y esto funciona tanto para los placeres visuales como auditivos o del gusto.
Creer que en cuestiones de alimentación, salud y placer van reñidos, es un gran error que puede llevarnos a importantes alteraciones en muchos campos de la salud. El placer en la alimentación no necesariamente está relacionado a grandes comilonas y rebuscadas preparaciones. Tampoco una dieta saludable se define por estrictas prohibiciones y aburridas ingestas.
Trabajar sobre la definición de lo que nuestro paladar considera gustoso es modificar una imposición cultural que muchas veces no nos beneficia. Así lo han entendido quienes, en situaciones críticas de salud, se han visto obligados repentinamente a aprender nuevamente a saborear y a encontrarle el gusto a otros alimentos.
Los criterios acerca de lo que es sabroso cambian en las distintas culturas y regiones del mundo, lo cual demuestra que se trata es de una cuestión de hábito.
Modificar estos hábitos en nuestra alimentación, aprendiendo a elegir lo que es sano y a la vez placentero, puede prevenir muchas patologías como el colesterol, la ateroesclerosis, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, obesidad, etc.
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